Preguntó la recepcionista cuando le entregó la llave. Y él no pudo responderle que sí, que de momento desocupaba aquella habitación donde, por primera vez, había podido besar sus pechos sin prisa y con gula.
No pudo decirle que sí, que atrás se quedaban los gemidos, los besos ansiosos con toda la boca, las manos recorriendo su piel acalorada, el tiempo gastado en contemplarla desnuda... ¿Cómo decirle a la mujer aquella que desocupaba el cuarto donde mordió con ansia sus muslos, lamió sus caderas, contó los poros de su espalda y se consumió en el placer de tocarla?
Atrás quedaba la cama deshecha, los condones usados, los "te amo" dichos entre suspiros y placer de entregarse, al fin, a la locura de su cuerpo, a la fiebre de su piel fragante.
No pudo decirle que desocupaba el cuarto convertido en otro hombre, en un hombre entregado, enamorado, pleno de la luz que de sus ojos emana y que sólo ellos son capaces de atravesarle el alma.