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miércoles, 8 de octubre de 2008

El ojo en la lupa

Nota: me tomo la libertad de publicar este texto que al parecer Joe subió al blog pero que por alguna extraña razón no aparece... si por ventura, Joe, no te complace mi atrevimiento, puedes borrar esta entrada sin temor ni remordimientos.
El ojo en la lupa. Por Jordi Soler. Recogió las cartas que habían echado por debajo de la puerta. Entre sobre y sobre colgó el saco en el respaldo de una silla y arrojó las llaves del automóvil encima de la mesa. Llegar a casa era un alivio. Cuentas de banco y una tarjeta postal de Marruecos, seguramente de su prima que andaba en un viaje perpetuo y se reportaba, de vez en cuando, por correo. Se asomó a la fotografía, que era la toma aérea de un pueblo color café, rodeado por una extensión desértica que provocaba angustia. Las casas apeñuscadas eran del mismo color que la arena. Más que un pueblo, parecía una irregularidad del desierto. Abrió la ventana para que entrara un poco de aire, empezaba a hacer calor. Se abanicó la cara con una de las cartas, antes de asomarse por segunda vez a la imagen de la postal. Descubrió que el pueblo estaba amurallado y que para entrar o salir había que pasar por un arco que estaba situado en el extremo derecho de la tarjeta postal.Sacó una lupa del cajón de su escritorio. Examinó con cuidado la zona del arco y descubrió que había una puerta de madera, abierta, con toda la pinta de cerrarse por la noche. Por debajo del arco pasaba una señora cargando una garrafa de agua y una niña jalando una chiva. El horizonte de la fotografía no era muy amplio y no se veía de dónde podían sacar el agua, ni si la chiva era una chiva aislada, o había salido de un grupo que pastaba en algún manchón verde, situado en el más allá fotográfico. Fue a la nevera por una cerveza. Destapó la lata que era verde. Regresó a la mesa y a su montón de correspondencia. Se sacó los dos zapatos por el talón y los lanzó con fuerza. Uno cayó con gran escándalo en el suelo y el otro dio un golpe sordo encima del sillón. La lata verde tenía una cresta de espuma que invitaba a pegarle un trago largo. Abrió el resto de las cartas. Cuatro del mismo banco, una con la deuda de su tarjeta de crédito, otra con un folleto de productos exclusivos para tarjetahabientes, otra con una carta donde le anunciaban que acababan de extenderle el crédito a su tarjeta y la última, que era otro folleto, presentado por una mujer sonriente, que ofrecía una tarjeta adicional, con carga a la tarjeta titular, para ``esa persona que tanto amamos''. Recordó una línea del poeta Roque Dalton y pensó que no sería mala idea remitirla al banco: ``No sé cómo pueden castigar a alguien que roba un banco, si antes ya hubo quien fundó el banco''. Bebió, a la salud de Roque, varios tragos de la lata. Sacó la postal de su prima de abajo de la correspondencia y cuando la volteó para leerla, descubrió sorprendido que no era de su prima, ni de nadie. Estaba en blanco, lista para escribirle algo y mandarla por correo a otro país. Pensó que sería divertido enviarle la postal a un amigo, con unas líneas de ambiente marroquí, algo así como: ``Recibe un abrazo desde el norte de Africa''. El proyecto de broma fue celebrado con los tragos que le faltaban a la cerveza para terminarse. Luego, en un arranque festivo, arrojó la lata por la ventana. La oyó caer en la calle con un escándalo parecido al que había hecho el zapato al caer al piso. Aplicó nuevamente la lupa sobre la postal. El calor empezaba a ser insoportable. Inició un recorrido aéreo desde el arco de la entrada. Observó que en vez de la señora con la garrafa de agua y de la niña jalando a la chiva, entraba un muchacho, de sombrero rojo, cargando un atado de leña. Con el ojo puesto en la lupa, sobrevoló ansioso el laberinto de calles, hasta que dio con la señora del agua y la niña de la chiva. Lleno de angustia se lanzó de vuelta al arco de entrada y lo que encontró ahí lo hizo levantarse de la silla: en vez del muchacho de sombrero rojo, debajo del arco pasaba un perro. Con la lupa pegada al ojo sobrevoló otra vez el laberinto de calles hasta que encontró aquello que casi lo hizo perder la razón. Descubrió que en una de las calles, debajo de una ventana abierta, estaba tirada una lata verde de cerveza. Unos metros más atrás, encontró al muchacho de sombrero rojo, que hacía unos instantes había pasado por debajo del arco. Soltó la lupa y la postal. Cerró los ojos para tratar de entender lo que estaba sucediendo, justo en el instante en que, detrás de él, frente a su ventana, pasaba el muchacho del sombrero rojo y el atado de leña.

7 comentarios:

Roquero Solitario dijo...

Carajo! Un cuentito del extrañado Jordi... por si las moscas, jamás voy a ver una foto con lupa.

ElJoe dijo...

Efectivamente, había publicado esta entrada (y borrado también) pero mas bien lo hice para saber si no afectaba el bloqueo ese que se mencionaba en la advertencia, si pensaba poner un texto del Jordi pero todavía no sabía cual.
Como sea, la historia me gusto y que bueno que el buen roquero la subio de nuevo.

Anónimo dijo...

Excelente cuento!!! En qué libro viene?
Saludines!!!

ElJoe dijo...

Esta historia fué sacada de la pagina del autor: http://www.jordisolerescritor.com/historiascortas/index.html
Denle una checada y avisen que les parece.

Roquero Solitario dijo...

No pude acceder a la página de Jordi... el buscador abre una pantalla en blanco.

ElJoe dijo...

Que tal, parece que Jordi no ha pagado la renta de su pagina o por alguna extraña razón no se puede accesar.

Roquero Solitario dijo...

Eso parece... se anda escondiendo de la Banda Lunática, jajaja!